RELATO LÉSBICO | Anatomía

relato lésbico
Llueve. Siempre está lloviendo en esta mierda de ciudad. Aburre, incluso más que la lluvia, el profesor Murray y su interminable clase de anatomía. No me gusta la anatomía, el cuerpo no debería dividirse en extremidades ni vísceras, sino como un completo y extraordinario ser. Estoy harta de ver hasta dónde llegan las venas, ¿para qué? Si la mayoría de los que están aquí no tienen sangre en ellas. Mierda de gente.

—Abran el libro por la página 269: Anatomía Femenina, Órganos Reproductores.— genial, simplemente genial la hora y media que me espera.

—Alexa Williams, por favor, ¿sería tan amable de empezar a leer?— ¡Joder! Siempre a mí.

—Anatomía Genital Femenina… La pelvis ósea se compone de los denominados Sacro, Coxis e Ilíacos. Por delante la Sínfisis púbica— oigo una risa a mis espaldas. Continuo — rodeada de estructuras musculares y cerrada hacia abajo por un conjunto de uniones llamado Periné — vuelvo a oír esa risita odiosa detrás de mí y paro.

—¿Algún problema, señorita Williams?

Miro hacia atrás disimuladamente y la veo. Es morena, pelo sedosamente liso y ojos como el café; ojos que me devuelven la mirada guiñándome un ojo y sonriendo maliciosamente. No sé por qué, pero no puedo delatarla.

—No señor, sólo que… sólo que necesito ir al baño. Cosas de chicas, ya sabe.— su risa ahora se disimula con la risa del resto de la clase. Siempre he sido de ponerme en evidencia para que las excusas fueran más que creíbles.

—¡Oh! No se preocupe, el señor Anderson la relevará en la lectura. Acuda tranquila al escusado. —escusado, por Dios. ¿Sigue usándose esa palabra? Me da igual, huyo de esa cárcel que tengo por aula en cuanto la oigo pronunciar.

Maldito pasillo infinito. Al fin llego al baño de chicas y emito un alarido que difícilmente se disimula. Me miro al espejo y tengo cara de desafío. ¿Quién es esa zorra? ¿A qué viene tanta risita? ¿Le hace gracia que me ponga a leer cómo se supone que tenemos que llamar a nuestro “órgano reproductor”? ¡Será puta! Me ha puesto enferma. Si la tuviera delante, si la tuviera delante…

—Hola. Williams, ¿no?— me ha tenido que leer la mente. Ahí está, diciendo mi nombre apoyada en la puerta del baño.

—Sí…— me quedo anonadada. ¿Qué está pasando?

—Perdón por lo de antes. Es gracioso ver cómo te pones nerviosa leyendo “obscenidades” que todas tenemos.—su voz es cautivadora.

—No me pongo nerviosa leyendo eso. Eso es una chorrada. Lo que me pone nerviosa es tu maldita risita desconcentrándome.

—¿Lo hace?—arquea una ceja.

—¿El qué?

—Ponerte nerviosa. ¿Te pone— hace una pausa —nerviosa?

Joder. ¡Que deje de hacer eso! La estoy empezando a odiar con todas mis fuerzas y ni siquiera la conozco. Se está acercando. Se acerca más. Apenas la tengo a veinte centímetros de mi cara. La puedo respirar.

—No.— con mi respuesta da un paso hacia atrás.

—Muy bien. Me llamo Scodelario, África Scodelario. Tú puedes llamarme Fri.— y diciendo esto se mete en uno de los compartimentos del baño. No cierra la puerta.

Veo como se levanta la falda, mirándome. Inmediatamente le esquivo la mirada. Disimulo. No puedo más, tengo que mirarla. No sé qué clase de exhibicionista es Fri, pero debe ser una tan buena que no resulta incómodo tenerla en frente. Mete los pulgares en su bragas de algodón, de niña buena, y tira hacia abajo deslizándolas por los muslos. Vuelve a mirarme, esta vez entre mechones de su larga melena oscura. Entreabre la boca como si fuera a gemir de placer. El sonido de su pipí (por llamarlo de alguna manera) contra el urinario me despierta de aquel trance sinsentido.

—¿Vas a quedarte ahí mirando cómo meo?— es tan insoportablemente directa…—Pásame un trozo de papel, anda.

No dudo en hacerlo. Lo único que quiero es que termine esta tortura. Deliciosa, pero tortura al fin y al cabo.

—Gracias.

—De nada— digo justo en frente de ella.

—Cierra la puerta— me ordena.

—¿Para qué? Ya has usado el baño. Levántate de ahí vamos a clase, se nos ha hecho tarde.

—Cierra la puerta, Alexa.

Lo hago. Sin dudar de nuevo lo hago. Es algo del subconsciente, supongo, que mi nombre de pila siempre ha sido un buen modo de meterme en cintura.

Me apoyo contra la puerta, que no tiene pestillo y está plagada de pintadas. Ella, aún sentada, me mira desde abajo. No sé la cara que pone un lobo cuando tiene hambre, pero debe ser algo parecido a esto. Baja la mirada a mis piernas desnudas, tan solo cubiertas con la falda del uniforme del Holy College. Posa su mano derecha en mi muslo izquierdo y con uno de sus dedos empieza a repasar su contorno hasta llegar a la rodilla. Me mira de nuevo con una sonrisa maliciosa. No detiene su índice hasta llegar a la parte interior de mi muslo. Mientras me sigue mirando desliza centímetro a centímetro hacia arriba su mano. Cierro los ojos y resoplo. No sé qué está pasando. Al fin toca mis bragas, en aquel punto álgido donde mis piernas se juntan.

—Están húmedas— susurra.

No me atrevo a contestar, pero lo están; lo están y mucho. Aparta la mano de mi entrepierna y noto el aire de nuevo fluir entre ambas. Aire fresco que caliento con mi respiración acelerada.

Se levanta sin subirse las bragas y se pega a mí empotrándome contra la puerta. Me agarra de la cintura y acerca su boca a la mía. Vuelvo a cerrar los ojos, esta vez esperando la evidencia de un beso suyo, pero como desde que supe de ella ha sido siempre impredecible, esta vez no era para menos. Apenas a dos milímetros de mi boca se desvía a mi oído.

—Vamos a jugar a un juego en el que las dos saldremos ganando— me desata el botón de la falda— Un juego del que te volverás adicta— desliza mi falda hasta el suelo— Un juego en el que yo pongo las normas.

Nunca había estado tan excitada. La deseaba, cómo la deseaba. Impensable varios minutos antes, pero toda la rabia de entonces era la pasión de ahora. Sólo quería que me quitara aquel calor que me hacía sentir; aquella lava de entre mis piernas.

Me levanta mi pierna derecha hasta su cadera y se coloca entre mis muslos, de nuevo. Con la mano izquierda me agarra fuerte por la cintura, hasta la espalda, mientras que su mano derecha juguetea por encima de mis bragas, mojadas, calientes, tan llenas de ansia.

No sé dónde apoyar mis manos, así que decido rodear su cuello con mis brazos y pegarla más a mí. Por momentos ella se transforma en mi aire. Cada vez más pegada a mí, vuelve a estar cerca de mi boca. Descarada, como siempre, saca la lengua para rozar mis labios y yo emito un leve gemido. Lo vuelve a repetir mientras con su dedo dibuja círculos por encima de la fina tela que separa mi sexo de su mano.

Esta vez lo vuelve a hacer, pero mete su lengua en mi boca, la entrelaza, me besa. Es el beso más apasionado que jamás me hayan dado. Un beso de mujer. Vuelve a besarme con esas ganas que me hacen perder el aire, y cuando estoy completamente rendida a ella, aparta mis bragas a un lado, roza mi clítoris resbaladizo de tanta excitación y me penetra con suavidad con uno, dos, tres dedos tal vez. Gimo. Lo necesitaba.

Tanta espera valió la pena. Mi boca ahora baila al ritmo de su boca. Nuestra respiración hace coros con los gemidos que desprendo de garganta a garganta. Con cada embestida, cada vez más fuerte, la puerta se entreabre marcando el ritmo. Voy a morirme de vergüenza en cuanto salga de aquí, pero no puedo parar. Ahora no.

Se separa de mi boca, deja de agarrarme fuerte y me mira. Abro los ojos y no puedo evitar sonrojarme.

—Terminemos con esto— dice.

Me desabrocha los tres primeros botones de la camisa y me agarra de las solapas. Me hace girar de modo que es ella quien está contra la puerta ahora y me empuja para que me siente sobre el inodoro.

Se arrodilla ante mí, vuelve a agarrarme de la camisa y tira con fuerza para descubrir mi cuello. Me besa. Me besa desde el lóbulo de la oreja hasta llegar a mis pechos. Los busca, juega con ellos, los eleva hasta poder meterlos en su boca. Sigue desabrochando la camisa hasta mi ombligo. Cada vez baja más y cada vez tengo más claro lo que busca. Nunca había experimentado sexo oral y mucho menos iba a imaginar que sería con una mujer la primera vez.

Se detiene en el límite de mi ropa interior. Se aparta levemente, separa mis piernas y como si se tratara del mismo lobo que antes su cara me dejó ver, se abalanza a mi sexo con hambre de mí. Noto sus labios, paradójicamente contra los míos. Su lengua se pelea con mi clítoris, lo rodea, no lo deja de lamer. Saborea cada rincón. Incluso lucha por penetrarme de nuevo con ella. No puedo parar de moverme, como si algo me hubiera poseído. Soy un animal, un animal ansioso de placer.

Apoyo mis manos en su cabeza y enredo mis dedos en su pelo. Con cada estocada de su lengua suelto un alarido. Respirar y gemir se han vuelto sinónimos con ella. Estoy en un trance del que sólo despierto al escuchar algo que no había escuchado hasta ahora. Gime. Esta gimiendo desde su boca a mi sexo. Gime y disfruta tanto como yo. Sus manos han empezado a moverse al unísono que su lengua. Es capaz de proporcionarse placer a si misma sin descuidar lo te tiene entre sus labios.

Cada vez me vuelvo más débil, cada vez siento más esta frustrante y placentera agonía.

—Córrete— susurra sin apenas separar su boca de mi— Córrete.

Sus manos también se aceleran. La noto temblar. Está a punto de estallar y yo también quiero hacerlo en su boca.

—Córrete, Alexa—lame con fuerza, con su lengua rígida—Alexa.

Otra vez mi nombre. Mi nombre y mi obediencia. Estallo de placer cuando lo pronuncia. Mi cuerpo está a punto de desplomarse sintiendo todo el cosquilleo recorriéndolo desde mi capital del placer particular a las extremidades. Ella lo nota. Nota mi palpitar en su boca y deja de aguantar aquello que tanto tiempo estuvo reteniendo. Su alarido se vuele casi gutural. Respira con quejidos sobre mi vientre mientras exhala aire caliente que me calma.

Ha pasado casi un mes y no la he vuelto a ver. Las clases de anatomía se han vuelto mucho menos aburridas y un poco más interesantes porque espero que vuelva a aparecer. Pregunté por África Scodelario en secretaría y me dijeron que de debatía entre unos cuantos centros, que su familia viajaba mucho y que seguramente aparecerá por el centro en época de exámenes.

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